La mala suerte en los viajes es algo que por desgracia alguna vez hemos sufrido todos. Un vuelo cancelado, una nevada inesperada o un día lluvioso pueden ser causa de la supuesta mala suerte. Pero creo que todo es poco comparado con la historia viajera de Guillaume Le Gentil, astrónomo francés que vivió en el siglo XVII y que después de conocer sus peripecias me atrevo a decir que es el viajero con peor suerte de la historia.
Su viaje comienza cuando Edmon Halley postuló años antes que, aprovechando la observación del paso de Venus por delante del sol y observando este fenómeno desde diversos lugares de la tierra, gracias a la triangulación se podría determinar la distancia de la tierra al sol. Por desgracia para Halley, durante su vida no hubo ningún tránsito de Venus por lo que la comunidad científica se preparó en masa para el tránsito del año 1761, casi 20 años después de la muerte de Halley. Los científicos comenzaron peregrinaciones a diversos puntos del planeta. De hecho, muchos de los primeros grandes viajes tuvieron motivaciones científicas. En esta ocasión se organizaron viajes a Siberia, China, Indonesia, etc.. Fue el primer gran viaje de cooperación internacional y solo desde Francia salieron más de 30 expediciones. Una de ellas fue la de nuestro Guillaume.
Partió un año antes del tránsito, pero se encadenaron un sinfín de adversidades en su viaje a la India. De hecho, el día del tránsito aún estaba en el barco a poco de llegar a su destino. Evidentemente, un barco no es el mejor lugar para estar cuando lo que quieres es hacer una medición tan precisa con los instrumentos de la época. Pero el bueno de Guillaume lejos de rendirse decidió seguir el viaje ya que había otro tránsito en 8 años, concretamente el del 1769. Y esta vez tenía todo ese tiempo para preparar el tránsito. El motivo de su insistencia es que muchas de las expediciones de ese primer tránsito no acabaron con éxito. Por eso, se extendía el tiempo para conseguir la preciada medición.
Esta vez decidió cambiar el destino inicial e irse a Filipinas para realizar la observación. Al llegar, las autoridades españolas locales no entendían el motivo de su viaje y lo tomaron por un espía. Volvió a cambiar de planes e ir al destino inicial en India, concretamente Puducherry.
Y con tanto tiempo por delante, se construyó un observatorio como si fuera la actual NASA y nadie estuvo tan preparado para ese segundo tránsito como él. Tampoco hubo un instrumental más revisado y puesto a punto que el suyo. Esta vez, nada podría fallar.
Por fin llegó el 4 de Junio de 1769. No pudo dormir la noche anterior solo pensando en el momento y las condiciones climatológicas. Al amanecer, miró al cielo y comprobó que hacía un día excelente. Sin embargo, justo a la hora del tránsito una nube se interpuso entre su telescopio y Venus. De hecho, la nube estuvo algo más de las 3 horas, 14 minutos y 7 segundos que eran los que Venus era visible desde su telescopio.
No me imagino lo que pasó por la mente de Guillaume en ese momento pero en vez de ir al barranco más cercano y lanzarse al vacío después de los años perdidos, empaquetó todos sus instrumentos y cogió un barco para volver a Francia. El viaje de vuelta tampoco fue sencillo ya que su barco estuvo a punto de naufragar en las costas de África. Al fin, llegó a Francia once años y medio después de su partida sin haber conseguido nada. Al llegar a casa su adorable familia le había dado por muerto, su mujer se había vuelto a casar, sus parientes se habían fundido su fortuna y su puesto en la real academia de las ciencias había sido ocupada por otra persona. De lo primero no recuperó nada. Gracias al rey si que consiguió que le asignaran su antigua plaza en la academia.
Sus últimos años pasaron viviendo en el observatorio de París con su nueva esposa y una hija que tuvieron.
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