El pulso se le aceleraba progresivamente a medida que caminaba por el estrecho corredor. Era la hora del almuerzo y su estómago se lo recordaba con fuertes dolores, no producidos por deseo alguno de comer sino por los nervios de su reválida diaria. Sus pasos hacían eco en el pasillo y poco a poco se comenzaba a oír el murmullo del comedor
Pasó por la celda abierta del último preso que asesinaron en una pelea. Él estaba de guardia esa mañana y no pudo hacer nada para evitar el desastre.
La cocina era la sala previa al comedor. Sus ojos se clavaron en el armario de utensilios. Era fácil descubrir si alguno de los cuchillos había sido sustraido. Su silueta pintada en color negro al descubierto daría la señal de alarma.
Gracias a ese pequeño armario, en toda la prisión y sobre todo entre los guardias el nueve se había convertido en el número de la suerte. Si estaban los nueve cuchillos eres afortunado … tienes un problema menos.
Volvió hacia atrás de nuevo para echar un vistazo general a la cocina …
Llegó al comedor. Hacía un mes exacto del último motín en el que murieron un guardia de seguridad y dos presos. Había tenido como escenario esa sala en la que estaba entrando.
Aún tenía fresco en su mente a todos los presos aporreando las mesas con los cubiertos minutos antes de que cogieran como rehén al guarda novato. Ese recuerdo le volvía a su cabeza repetitivamente cada día antes de entrar en la sala.
Estar en la misma habitación que los cien presos más peligrosos de América no es una sensación agradable. Levantar la cabeza y ver a Al Capone o al hombre pájaro (en uno de los pocos días que no estaba en la celda de castigo) le producía un escalofrío que le recorría la espalda.
Sobrevivir entre esas bestias no era fácil, y él lo sabía.
Nota: Fotos extraidas del video que grabé en la cárcel de Alcatraz en San Francisco.
sonia dice
Da cosilla.
Me ha gustado ver las fotos con el relato.