Estoy de vuelta en Japón después de mucho tiempo. El país que hizo que comenzara a dibujar o me convirtiera en bloguero vuelve a mi vida viajera. No cabe duda que los dos motivos anteriores son suficientes para estar eternamente agradecido a este país y estoy convencido que Japón posiblemente sea el país que más blogs viajeros ha inspirado. La explicación es sencilla: cuando una persona viaja a Japón siente un incontenible deseo de explicar tantas cosas como minutos tiene el día.
Es tarde y estoy cansado. A pesar de todo tengo que reencontrarme con las calles de Tokyo aunque sea de noche y el frío hostigará mis orejas y manos. Mis primeros pasos transcurren por una pequeña acera con el fondo musical de un blues en mis auriculares. Parece mentira como una ciudad con tanta gente se vuelva tan tranquila cuando cae la noche.
Paro continuamente en los escaparates en los que trato de intuir la utilidad de todo lo que venden pero que cristal tras cristal me resulta una misión imposible.
Llego a un cruce e intento pasar en rojo. A los pocos segundos reculo y me coloco otra vez en la cera al comprobar que varios pacientes peatones me observan como al elemento occidental que viene a Japón a no respetar las normas. Tienen razón, estoy demasiado mal acostumbrado en España.
Una ciudad con tantos millones de habitantes sería un caos si todos en algún momento sintieran la tentación de saltarse alguna norma. El intento fallido de cruzar la calle me desconectó de la música. Mis auriculares ya están tocando la siguiente canción cuando giro la cabeza intentando disimular y algo capta mi atención.
Es una bola negra que está situada en una pared que encierra una obra en fase inicial.
– ¿Qué será?
Cuando veo que tiene una pantalla en la parte inferior intuyo que se trata de un medidor de intensidad de ruidos. En la pantalla debe aparecer el ruido detectado en todo momento, no vaya a ser que la excavadora moleste a los ciudadanos y no les deje oir la canción de sus auriculares. En Japón se tienen en cuenta temas que en España estamos a muchos años de distancia de simplemente considerarlos un problema. Sin embargo, quizás ese sea uno de los motivos por los que me gusta Japón: si molesta, no lo hagas y todo será mucho más fácil para TODOS.
Vuelvo a mirar al paso de cebra. He perdido mi oportunidad de cruzar y el semáforo vuelve a estar en rojo. Los transeúntes han cambiado de rostro pero siguen teniendo el mismo respeto a la luz roja. Y es que en Japón pasa algo extraño: las normas están para cumplirlas… todos. Comienza la siguiente canción en mis auriculares y decido no cruzar. Se ha hecho tarde y he de volver al hotel. Mañana quizás intente cruzar ese paso de peatones; en verde, claro.
Buenas noches.
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