El otro día leía un post sobre anécdotas viajeras y pensé que yo tengo algunas más que interesantes. Al menos, cuando pienso en ellas no puedo evitar esbozar una sonrisa. Comenzaremos con una perteneciente al género erótico-festivo y que realmente me dejó durante unos segundos en estado de shock. Bueno mejor os lo explico.
Sucedió en España. Estábamos comiendo en un restaurante de cierto nivel. No se veían mesas libres y el murmullo de la sala era elevado. Realmente parecía más un bar en pleno partido del domingo por la tarde que un restaurante donde poder disfrutar de una tranquila comida.
De repente me percaté de algo raro en la persona que se sentaba delante mío. Su cara dibujaba una extraña mueca que en absoluto concordaba con la excelente comida. Tenía la mirada fija en un punto concreto. Le hice algún gesto para captar su atención cuando con un breve movimiento de su cabeza me indicó que mirara hacia el mismo lugar.
Giré la cabeza y apenas a metro y medio de mi había una persona sentada con las dos manos bajo la mesa. La postura hacía que el mantel se elevara más de lo normal y quedara encima de las rodillas tapándole manos y piernas.
Observé que el mantel se movía de una forma rítmica. Estaba claro que lo estaba moviendo él y su cabeza algo inclinada hacia abajo hacía intuir cierto esfuerzo por su parte. Poco a poco el movimiento se aceleraba a la vez que nuestra sorpresa aumentaba. Miré a la persona que me acompañaba y no pudimos evitar reirnos. Esos movimientos indicaban inequívocamente que aquella persona se estaba «desahogando». Bueno, unos se fuman un puro después de una buena comida y otros se … quieren mucho a si mismos. Dejémoslo ahí.
En pocos segundos los movimientos eran más rápidos y su amplitud aumentaba. Ya no éramos los únicos que observábamos la escena cuando de repente en la sala de oyó un…
– shhhsssssssssss!!!!
Exactamente era un ruido parecido a una lata que has agitado previamente y se abre. Hombre, uno puede ir apretado aunque tanto como para generar ese «descorche» a presión…
En ese momento, el aliviado protagonista levantó la cabeza y comprobó que al menos una decena de personas le estaban mirando. Pasó del rojo del esfuerzo al rojo de vergüenza mientras lentamente levantó una de las manos con una especie de bote de spray en las manos.
– Era una mancha…. -murmuró.
Avergonzado mostró el bote de cebralín. El agitar antes de usar de las indicaciones definitivamente le había jugado una mala pasada.
Volvimos la cabeza y ahora sí reímos con ganas el resto de la comida al igual que muchos en el restaurante. A partir de ahora será famoso el café, puro, copa y cebralín.
Moraleja viajera: Si tienes una mancha, enséñala a todo el mundo y no la intentes esconder. Puede ser mucho peor…
Victoria dice
Jajaja buenisimo me encanto
somos dice
Gracias Victoria…