En este post os presento un cómic inspirado en el relato sobre la experiencia de una noche real en Tokio que tenéis a continuación. Espero que os guste. Y gracias a Paco por la inspiración.
Andábamos por las calles de Tokyo con mis compañeros de trabajo Jose y David. La cena había valido la pena a pesar de la dificultad para encontrar el restaurante. Con la noche cerrada aparecía ante nosotros el Tokyo más impactante: el de las miles de luces y la actividad frenética. Pero es cierto que es otro tipo de actividad ya no tan ordenada la que se vislumbra a partir de las 10 de la noche. Las filas para subir a los trenes ya no guardan esa linealidad perfecta o los ejecutivos ya van con su corbata desabrochada y la guardan en la maleta mientras andan renqueantes por el asfalto húmedo.
David es un sibarita. Al hablar de gastronomía, sabe el último detalle de ciertas recetas exclusivas y es capaz de describir la procedencia idónea de cada uno de sus ingredientes. Esa noche, surgió el tema del whisky y yo, cuya bebida más extrema es la cerveza con limonada, poco tenía que aportar. Por tanto, comenzaron a hablar entre ellos y comentaron que el mejor whisky del mundo era un tal Yamazaki de 12 años. Me sorprendió de entrada oír que un whisky no escocés ostentaba ese puesto. Después de haber venido de Escocia y habiendo escuchado tantas veces los motivos por los que Escocia es tierra de whisky era sorprendente que un licor japonés le haga la más mínima sombra.
— Vamos a probarlo! – comentaron.
Evidentemente me uní a la propuesta. Al menos, eso era mejor que deambular sin rumbo por las calles de Tokyo.
Entramos en un bar que parecía bastante elegante. Pensamos que un lugar con cierto glamour tendrían nuestro Yamazaki. Tras preguntar, nos contestó con alternativas lo que nos hizo sospechar que, efectivamente, se les había agotado. En ese momento comenzamos a preguntar en varios bares por el famoso Yamakazi. Puesto que recientemente le había dado algún premio internacional parece ser que se puso de moda y comenzaba a escasear. Estábamos ya a punto de abandonar cuando nos metimos en un callejón muy estrecho.
Allí, en esa minúscula calle en la que prácticamente podías tocar con las manos las dos pareces laterales, encontramos un bar. De hecho creo que el calificativo de bar se le quedaba grande. El lugar tenía apenas unos 6 metros cuadrados con una pequeña barra y un japonés impecablemente vestido de camarero sirviendo las copas.
— Tiene Yamazaki de 12 años?
— Si señor. Lo tengo.
Extendió la mano a una estantería superior y sacó el preciado licor. Creo que la oculta ubicación en ese pequeño callejón había jugado a nuestro favor y en contra de su negocio.
Nos sirvió las copas y mientras probaba el whisky me fijé en el lugar. Había un muñequito que parecía que estaba bailando. Me fijé un poco más y ese muñequito era una bailaora flamenca.
— Vaya casualidad! – pensé. De todos los bares que hay en Tokyo hemos ido a parar al único que tiene una bailaora flamenca.
Tomé otro trago del whisky. Mientras intentaba digerir el segundo trago, una silueta recortada en color negro captó mi atención.
— El toro de Osborne! -incluso dudé de los efectos del Yamazaki en mi mente.
Aquello ya comenzó a pasar de la anécdota y despertó mi curiosidad: ¿Como era posible que aquel japonés tuviera en 6 metros cuadrados tal compendio de estereotipos españoles? Di otro trago, y mientras mis compañeros seguían analizando el sabor del agua del whisky (o algo por el estilo) me lancé a intentar saber algo de la vida de ese japonés. Prometía…
— Disculpe, porqué tiene cosas de España?
— Ohh… España. ¿Son españoles? -contestó el japonés.
— Sí. ¿Te gusta España?
— Es mi país favorito. Por allí viajé una vez. ¿ves este mapa? -señaló a la pared. Comencé en Cataluña, pasé por Valencia, Andalucia,… Ohh Andalucia es fantástico.
— ¿Y qué te gusta más de España?
— Las mujeres. Aseveró con rotundidad.
Mientras pronunciaba «mujeres» cogió el Yamazaki, un vaso, y se llenó una copa. Ambos dimos un trago a la vez. Él, quedó pensativo mirando el vaso vacío como buscando algo en el fondo. Me imaginé que en ese momento estaría pensando en un paseo por cualquier capital Andaluza en una primavera llena de luz. Todo lo contrario a un Tokyo oscuro y lluvioso. Ahora, para mí ya sería «el japonés solitario que amaba España en Tokyo del pequeño bar del Yamazaki de 12 años».
Pero lo de solitario sería únicamente por una temporada. Seguro que volverá a España para quedarse…
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